Mi padre era un gigante. Subidos sobre sus hombros veíamos
el mundo. Un día empezó a encoger. Apenas un milímetro al mes. El médico nos
dijo que era una enfermedad incurable. Primero encogía la cabeza y luego le
seguía el cuerpo, por pura empatía. No sabíamos cómo cuidarlo, solo quererlo.
Así que le llevábamos siempre de la mano, le dábamos besos sonoros, le
recordábamos la alegría o le mostrábamos la luz de las estrellas. Él se
despertaba a veces perdido y decía, ¿por qué ha crecido hoy tanto el mundo? Ya tan
pequeñito, nosotros ahora los gigantes. Mi madre, terca, cogía el metro de
costura y medía su corpachón postrado sobre la cama. Ves, niña, está igual que
siempre. Y era verdad, porque necesitábamos ocho personas para bañarlo. Pero yo
sabía, al mirar sus ojos vacíos de sí mismo, que no tardaría en caber en una
vaina de habichuelas.
A mi padre.
Tercer Premio de I Concurso de microrrelatos RedPal, Red de cuidados paliativos de Andalucía. Vídeo de la entrega de Premios AQUI
3 comentarios:
Cuando empiezan a caber en una vaina, aaaay ¡qué tiernos! ¡Cuánto amor!
Maite
Cuando empiezan a caber en una vaina, aaaay ¡qué tiernos! ¡Cuánto amor!
Maite
Cuando empiezan a caber en una vaina, aaaay ¡qué tiernos! ¡Cuánto amor!
Maite
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