En el pueblo hace tiempo que no anidan las cigüeñas. Vuelan de paso a otras tierras más pobladas. Pero yo nunca pierdo la esperanza de que, por descuido, se les caiga alguno. Cuando a comienzos de la primavera pasan las primeras, observo el cielo sin descanso. Un año tras otro. Hace dos días, por fin, vi uno bajar a toda velocidad. Corrí cojeando todo lo que pude pero la Eulogia estaba al acecho y le echó mano a la misma vez que yo. “Es mío, lo vi primero”. “Pero yo lo agarré y no dio con la cabeza en el suelo”. “Es para mí”. “No, para mí”. Al final, decisión salomónica. La mitad para ti, la mitad para mí. Lo echamos a suertes. A mí me tocó la parte de abajo y a ella la de arriba. Yo le cambio los pañales y le hago primorosos patucos de lana. La Eulogia le da de comer y lo peina. Pero lo que no puedo soportar es que a ella le dedique sus lindas sonrisas de ángel.
Allí estoy bien acompañada por Jordi Masó, Luz Leira, Pedro Herrero y Ernesto Ortega. Volver a casa, que se llama eso. Muchas gracias Micro.