En los pueblos, la lechuza
anuncia la muerte. Se posa en el tejado de algún vecino, ulula toda lo noche, y,
al día siguiente, hay entierro. No falla. Conforme se hace vieja, tiene que
hacer más paradas por la fatiga y, por
lo tanto, mueren más vecinos. A veces, por más que ulule, no hay difunto. Entonces
los lugareños montan en cólera y exigen su muerto y su velorio. Como debe ser. Así
que el vecino en cuestión no tiene más remedio que plantearse el morir aunque no
tenga ninguna gana, se considere joven todavía o su cosecha de manzanas esté aún
sin recoger. Inevitablemente termina yéndose al otro barrio no sin antes
despotricar contra la incultura de sus congéneres y llevarse por delante de un tiro
al maldito pájaro. Entonces la población se recupera y la mortalidad baja con
la incorporación de una lechuza joven, más interesada en copular y cazar
ratones que en presagiar óbitos. Por su parte, la natalidad siempre se mantiene
gracias a un nutrido censo de cigüeñas.
Finalista de noviembre en La Microbiblioteca. Espero que os guste.