Un viejo camina por la playa a diario, varado en los días de un extraño
verano de vacaciones familiares. Con la rutina del que nada espera, se
entretiene en coger algún trozo de cuerda huérfana, un erizo muerto, piedras blancas como lágrimas de ahogados o desconsolados restos de modernos naufragios.
Un día ve llegar una caracola de espirales perfectas. Son objetos curiosos las
caracolas. Cuando
son arrastradas por las olas, siempre hay alguien que les quita la arena y se
las acerca para escuchar. ¿Para escuchar el qué?, nos preguntamos siempre. El
sonido del mar, dicen. Pero mienten. El viejo se agacha con dificultad, la toma
y se la pone en la oreja.
—¿Qué? —interroga lacónico el hijo que le acompaña.
—El oleaje —miente el primero. Y la lanza al agua como si quemara.
Pero ya es tarde. Ha oído el
mensaje.