Cuando mamá se fue, mi padre nos construyó una autómata. La intendencia de la casa era una pesadilla con siete niños y aquello resolvió desayunos, coladas, carteras, trenzas y cuentos antes de dormir. Al principio nos asustaba la rigidez de sus movimientos o sus manos frías pero, con el tiempo, nos acostumbramos. Sus besos tres veces al día a la misma hora y su sonrisa perenne nos proporcionaron la seguridad que necesitábamos. No puedo decir que la quisiéramos, pero nos sirvió. No puedo decir que papá la quisiera, pero se casó con ella. Por el qué dirán, sostuvo siempre.
Autómatas de Jaquet-Droz |